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Yátor, pueblo de La Alpujarra, perteneciente al municipio de Cádiar, en la provincia de Granada, comunidad autónoma de Andalucía. Está situada en la parte centro-este de La Alpujarra, entre las localidades de Cádiar y Ugíjar en la carretera A-348.

Cerca se encuentran además de Cadiar y Ugíjar las localidades de Alcútar, Bérchules , Golco (El Golco), Narila, Mecina Bombarón, la cortijada de Montenegro y Jorairátar.

Antes conocida como “Zátor“, Yátor fue un municipio independiente hasta que, en 1972, se fusionó con Cádiar.

El escritor Pedro Antonio de Alarcón menciona a este pueblo en su obra “La Alpujarra” (1873):
No habíamos subido el primer escalón de la Cordillera, cuando nos encontramos en otro alegre y pintoresco pueblecillo, todavía perteneciente al valle más que a la montaña. Era Yátor, lugar de 717 almas, situado a orillas de su impetuoso río; Yátor, cantado por Zorrilla en su Poema de Granada; Yátor, muy digno ciertamente de tan gloriosa mención […]

También es citado varias veces por el hispanista Gerald Brenan en su libro ‘Al sur de Granada’ (1957). El escritor inglés comentó que era una aldea minera en la que sus hombres pasaban once meses en Linares mientras sus mujeres permanecían allí para cultivar la tierra. Por este motivo dice que el cura párroco de Yátor era el más feliz de La Alpujarra, por el número de mujeres que tenía para él sólo.

HISTORIA DE YATOR

Resulta difícil hacer una datación exacta de los orígenes de Yátor, pues prácticamente no existen vestigios que nos ayuden a ello. La existencia de restos romanos en El Golco y de un puente del mismo origen en Mecina Bombarón tal vez sirva para colocar en aquella etapa histórica su origen.

Tras la invasión árabe del 711, la zona de La Alpujarra tardó aproximadamente un siglo en ser  ocupada. Y es en la época árabe cuando empieza a desarrollarse y a consolidarse su entidad y su economía, debido a la implantación de un eficaz sistema de riego (que aún perdura y sigue usándose), al uso de molinos de harina y de aceituna, y al cultivo y cuidado de olivos, higueras y moreras, estas últimas muy importantes en aquella época, ya que la alpujarra era productora de seda de gran calidad.

Tras la conquista del reino de Granada en 1492 siguió una época de difícil convivencia entre cristianos y musulmanes, que desembocó en la rebelión morisca de 1568 a 1571, y que concluyó con la intervención de las tropas reales al mando de D. Juan de Austria y la expulsión de los moriscos. Tras ello, casi todo el territorio quedó despoblado, y la corona se puso manos a la obra para proceder a la repoblación de toda la zona, entregando casa y tierras a todos los que las solicitaran y cumplieran una serie de requisitos, lo cual se hizo a través de los libros de apeos. En Yátor comenzó la repoblación en 1576 y las primeras familias que llegaron eran de Jaén, Martos y Torredelcampo.

A pesar de las idas y venidas de familias de repobladores, se puede decir que a mediados del siglo XVIII el pueblo ya está asentado, lo cual queda confirmado en el catastro de Ensenada, una relación de preguntas remitidas a los concejos de los pueblos en 1742 que debían ser respondidas y cumplimentadas por los notables de cada población. A través de las dadas por el concejo de Yátor conocemos que vivían 392 personas, que había una cabaña de 20 vacas, 10 bueyes, 8 mulas, 401 ovejas, 88 cabras, 78 cerdos, 15 colmenas y 31 jumentos; había 100 casas, un escribano, un capitán de milicias con 5 soldados, un estanquero y dos alpargateros; los ingresos del ayuntamiento eran de 198 reales de vellón, y que se producía sobre todo trigo, cebada, maíz, habas, lino, seda, higos secos, aceite y mosto.

Durante el siglo XIX y comienzos del XX gran parte de los hombres del pueblo iban a trabajar a las minas de Linares, a la siega de cereales en la zona de Guadix y a la recolecta de la caña de azúcar en Motril. La búsqueda de mejores oportunidades hizo que comenzara una progresiva emigración a América. Durante el sangriento paréntesis de la guerra civil se produjo la quema de la iglesia (con todas sus imágenes y el retablo) y del ayuntamiento, quedando Yátor situado en la zona republicana hasta la finalización de la misma. La emigración continuó durante la posguerra, sobre todo en los años 50 y 60, principalmente hacia Cataluña y otros países europeos. Es también durante esta difícil época cuando se completa el desarrollo del pueblo: en 1951 se instala una fábrica de electricidad que surte de energía a Yátor y Jorairatar; en 1959 se inaugura el nuevo grupo escolar; en 1960 llega el teléfono; en 1969 la televisión, y durante 1972 se empieza a colocar la red de agua potable. También en este año, el pueblo vota unirse a Cádiar, debido a la imposibilidad de mantener los servicios y la administración local. Durante los 70 y los 80 se mantiene una emigración de baja intensidad (se iba a trabajar durante el verano, volviendo al pueblo en invierno), y también empieza a haber un tímido regreso de emigrantes que se instalan de nuevo.

En la actualidad viven unas 70 personas de forma permanente, aunque la cifra se triplica en periodos vacacionales y festivos. La única industria que aún permanece es el molino de aceite de oliva. Y en cuanto a la agricultura, se sigue cultivando olivo, almendro, higuera, vid y frutales de todo tipo, todo ello junto a una incipiente agricultura intensiva y de invernadero que produce sobre todo tomate, pimiento, habichuela, berenjena, sandía…

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Yátor - La Alpujarra
Yátor – La Alpujarra

San Sebastián (256-288)

 

San Sebastián Patrón de Yátor
San Sebastián Patrón de Yátor

Sebastián, hijo de familia militar y noble, era oriundo de Narbona, pero se había educado en Milán. Llegó a ser capitán de la primera corte de la guardia pretoriana. Era respetado por todos y apreciado por el emperador, que desconocía su cualidad de cristiano. Cumplía con la disciplina militar, pero no participaba en los sacrificios idolátricos. Además, como buen cristiano, ejercitaba el apostolado entre sus compañeros, visitaba y alentaba a los cristianos encarcelados por causa de Cristo. Esta situación no podía durar mucho, y fue denunciado al emperador Maximino quien lo obligó a escoger entre ser su soldado o seguir a Jesucristo.

El santo escogió a Jesús; desairado el Emperador, lo amenazó de muerte, pero Sebastián, se mantuvo firme en su fe. Enfurecido Maximino, lo condenó a morir asaeteado: los soldados del emperador lo llevaron al estadio, lo desnudaron, lo ataron a un poste y lanzaron sobre él una lluvia de saetas, dándolo por muerto. Sin embargo, sus amigos que estaban al acecho, se acercaron, y al verlo todavía con vida, lo llevaron a casa de una noble cristiana romana, llamada Irene, que lo mantuvo escondido en su casa y le curó las heridas hasta que quedó restablecido.

Sus amigos le aconsejaron que se ausentara de Roma, pero el santo se negó rotundamente. Se presentó con valentía ante el Emperador, desconcertado porque lo daba por muerto, y el santo le reprochó con energía su conducta por perseguir a los cristianos. Maximino mandó que lo azotaran hasta morir, y los soldados cumplieron esta vez sin errores la misión y tiraron su cuerpo en un lodazal. Los cristianos lo recogieron y lo enterraron en la Vía Apia, en la célebre catacumba que lleva el nombre de San Sebastián.

El culto a San Sebastián es muy antiguo y está muy extendido; es invocado contra la peste y contra los enemigos de la religión, y además es llamado “el Apolo cristiano” ya que es uno de los santos más reproducidos por el arte en general. Los primeros cristianos de Roma perseguidos llegan a las Islas del Mediterráneo y traen, con fe cristiana, su devoción al mártir Sebastián. Su fiesta se celebra el 20 de enero y ha estado siempre unida a la de San Fabián, en la festividad de losSantos Mártires.

San Sebastián (263-304)

Sebastián era hijo de familia militar y noble, oriundo de Milán (263). Fue tribuno de la primera cohorte de la guardia pretoriana en la que era respetado por todos y muy apreciado por el Emperador, que desconocía su cualidad de cristiano.

Cumplía con la disciplina militar, pero no participaba en los sacrificios idolátricos. Como buen cristiano, no solo ejercitaba el apostolado entre sus compañeros sino que también visitaba y alentaba a los cristianos encarcelados por causa de Cristo. Fue a partir del encarcelamiento de dos jóvenes, Marco y Marceliano, cuando Sebastián empezó a ser reconocido públicamente como cristiano. Los dos jóvenes fueron arrestados y les fue concedido un plazo de treinta días para renegar de su fe en Dios o seguir creyendo en Él. Sebastián, enterado de la situación, bajó a los calabozos para dar palabras de ánimo a los muchachos. A partir de ese momento, se produjeron muchas conversiones y, como terrible consecuencia, martirios, entre ellos el de los dos muchachos encarcelados, Marco y Marceliano.

Debido a todo esto, el Papa San Cayo le nombró defensor de la Iglesia. Sin embargo, el Emperador Diocleciano también se enteró de que Sebastián era cristiano y mandó arrestarlo. Sebastián fue apresado en el momento en que enterraba a otros mártires, conocidos como los “Cuatro Coronados”. Fue llevado ante Diocleciano que le dijo: “Yo te he tenido siempre entre los mejores de mi palacio y tú has obrado en la sombra contra mí, injuriando a los dioses”.

San Sebastián no se amedrentó con estas palabras y reafirmó nuevamente su fe en Jesucristo. La pena ordenada por el Emperador era que Sebastián fuera atado y cubierto de flechas en zonas no vitales del cuerpo humano, de forma que no muriera directamente por los flechazos, sino que falleciera al cabo de un tiempo, desangrado, entre grandes y largos dolores. Los soldados, cumpliendo las órdenes del Emperador, lo llevaron al estadio, lo desnudaron, lo ataron a un árbol y lanzaron sobre él una lluvia de saetas. Cuando acabaron su misión y vieron que Sebastián ya estaba casi muerto, dejaron el cuerpo inerte del santo acribillado por las flechas. Sin embargo, sus amigos que estaban al acecho, se acercaron, y al verlo todavía con vida, lo llevaron a casa de una noble cristiana romana, llamada Irene, que lo mantuvo escondido en su casa y le curó las heridas hasta que quedó sano.

Cuando Sebastián estuvo nuevamente restablecido, sus amigos le aconsejaron que se ausentara de Roma, pero el santo se negó rotundamente. Volvió a presentarse con valentía ante el Emperador, cuando éste se encontraba en plena ofrenda a un dios, quedando desconcertado porque lo daba por muerto, momento que Sebastián aprovechó para arremeter con fuerza contra él y sus creencias. Maximiano ordenó que lo azotaran hasta morir (año 304), y esta vez, los soldados se aseguraron bien de cumplir sin errores la misión.

El cuerpo sin vida de San Sebastián fue recogido por los fieles cristianos y sepultado en la en un cementerio subterráneo de la Vía Apia romana, que hoy lleva el nombre de Catacumba de San Sebastián.

Aparece atestiguado en la Depositio Martyrum o deposición de los mártires de la Iglesia Romana, que nos dice que San Sebastián está enterrado en el cementerio Ad Catacumbas. Nos dan fe de su culto el Calendario de Cartago y el Sacramentario Gelasiano y Gregoriano, así como diversos Itinerarios. Concretamente el Calendario jeronimiano especifica más el lugar de su sepulcro: en una galería subterránea, junto a la memoria de los apóstoles Pedro y Pablo. Durante la peste de Roma (680) fue invocada su protección particular y desde entonces la Iglesia Universal ve en él al abogado especial contra la peste y en general se le considera como gran defensor de la Iglesia.

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